Este cuento fue compartido en la revista Antorcha cultural. Participó en diversos concursos, siendo premiado con la Cuarta Mención en el Certamen Alfonsina Storni, organizado por S.A.D.E. de la provincia de Córdoba, finalista en el XIII Certamen Internacional de poesía y narrativa breve de Editorial Nuevo Ser, donde participaron 2630 escritores de diversas nacionalidades. El relato fue publicado en la Antología editada en ese certamen. (Argentina).
Ya era demasiado tiempo. Era él y el mar. Era él y su balsa. Era él y su
almuerzo.
Había salido aquella tarde, como de costumbre, a navegar en su pequeño
velero azul. Nunca había
perdido el control. Nunca antes se había entusiasmado
tanto con el color del cielo y la intensidad del viento. Esa vez sí. Y se dejó
llevar. La plenitud de la naturaleza lo guió al medio del paisaje y llegó a un
punto donde el velero se confundió con el horizonte. Cuando se dio cuenta el
mar había entrado a su alma, a su mundo.
Al cesar el viento pensó primero en regresar. Calculó la hora de llegada
exacta, hora en que Valeria debería estar esperándolo ya con la cena. Pero su
alma le pidió más mar, mientras el mar le pidió su alma. Entonces quitó las
velas de su barco y descansó. Descansó una, dos, tres noches sin sus días,
soñando las constelaciones y entendiendo a ése que le contaba sus misterios.
Luego de la tercera noche apareció el primer mediodía y la primera
bandeja. Le pareció más lleno de sol que cualquiera de los mediodías que había
visto en sus tres décadas y pico, y la mejor bandeja de las que había almorzado
en toda su vida. Era una bandeja simple de madera liviana. En un extremo tenía
un tallado rudimentario de su nombre, al cual no dio menor mérito que uno como
los que hacía Valeria. Al fin de cuentas, quien se la enviase no debía tener su
habilidad, pero sí muy buenas intenciones.
Después de almorzar se dedicó a meditar en el mar. Tan calmo, tan
brillante, tan azul. Una y otra vez meditó. Meditó en el mar y en su alma, en
su alma y en el mar. Cada día era lo mismo. Después de la bandeja del almuerzo
su día se fundía en las aguas serenas con un pensamiento nuevo. Todo, por
supuesto, lo escribía en su bitácora, como buen capitán de velero. Un día, un
mes, un año... Una década.
Tras una década las páginas de su cuaderno se quedaron sin espacio, el
velero había perdido gran parte de su majestuosidad, en su lugar una pequeña
balsa le permitía seguir meditando, como cada día después de almorzar de
aquello que luego de recorrer quién sabe qué distancia y navegar meciéndose en
las olas, se le ofrecía generosamente.
Pero ese día fue especial. Tubo un amanecer tan bello como nunca en diez
años lo había visto. Tomó su bitácora y la envolvió en un trozo de su camisa,
ya casi deshecha por completo. Estaba cansado. Iba a volver. Cuando llegó el
almuerzo notó que en esta ocasión, la bandeja no tenía tallado su nombre, y
estaba vacía. Lo sintió como una
confirmación: era tiempo de volver a casa.
¿O tal vez debía ir a casa?
La pequeña balsa comenzó a deslizarse de pronto arrastrada por el mismo
viento de la tarde, iluminada por el
color del mismo cielo del día inicial. Se dejó llevar sin preocuparse hacia
dónde. Allí sin duda estaría su hogar, fuera donde fuera.
Cuando la pequeña balsa llegó a destino se sacó la camisa deshecha y se
cambió el pantalón. Como lo había calculado, Valeria ya tenía la cena lista y
él tenía un apetito de una década. Cenó apresuradamente y luego se recostó en
la hamaca del patio. Era la primera vez que había naufragado, era en realidad,
la primera emoción de toda su vida.
Una noche serena se derribó sobre su hamaca y una brisa marina le lustró
los zapatos embarrados en el patio. Valeria limpiaba la cocina, él meditaba en
su hamaca. Se levantó y fue hasta la alacena de donde sacó una bandeja con un
tallado rudimentario de su nombre. No soportó más los minutos que se sucedían
sin orden después de esa cena llena de rutina y mediocridad. Sólo quedaba una
balsa.
Esperó que Valeria se durmiese. Tomó la balsa y la acercó a la orilla
del muelle. Tomó la bandeja, una nueva bitácora, y miró sobre las aguas que le
mostraban un camino bastante conocido y, sin embargo, tan poco descifrado.
Entonces sintió que su alma le pedía el mar.
Y el mar le pidió su alma.
Marita Santini
Propiedad intelectual: 1106079402147
1 comentario:
Vaya que hace falta de este tipo de concursos en México, digo, por lo menos para que a las personas les entren un poco de ganas de leer.
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